martes, 13 de octubre de 2020

 

Llevaba dos días encerrado en una habitación de un hotel en la Rue des Pirénées, cuando decidió acudir al servicio de urgencias del hospital Tenon, en la Rue de la Chine. Pero, antes de alcanzarlo, alguien tuvo que ayudarlo a tomar asiento en la terraza del bistro Chantefable, porque un nuevo vértigo lo dominó.

Estuvo de suerte. Al lado tenía su consulta uno de los mejores neurólogos de París, que será quien le diga que con ilusión la sustancia negra mejora. Esa zona pigmentada del tronco encefálico que palidece irreversiblemente en su interior.

¿Qué años tiene y a qué se dedica usted? ¿Y por qué no?-pensó. Ahí le pareció lo más justo volver a mentir. Después que lo remediaría luego pero luego, ya en Biarritz y a donde regresó, volver a mentir lo divirtió y la enfermedad, o si se quiere la curación, también guarda relación con eso, con una necesidad de recuperar el estímulo del placer. Buscar un nuevo comienzo y no cansarse jamás de repetir la misma clave: A pesar de todo, tengo derecho a ser feliz.

 

El hotel el mismo, Les Alizés pero el conductor del taxi, en 13 Rue du Port Vieux, uno cualquiera. Le pidió que lo llevara, eso sí, hasta la misma Gare en Bayonne. Un nuevo comienzo pero no el mismo. Y tanto así que ese día, a Saint-Jean-Pied-de-Port, todos los que llegaron lo hicieron en esos microbus.

Fue idiota por su parte -después lo reconocería- presentarse como escritor. Pero cuando le estaba dando la mano a Nelson ya era tarde. Acaso mentir o no mentir ¿siempre es una elección? El conductor se pasó todo el trayecto intentando hacerse el gracioso para subir puntos con la rubia del uniforme. La rubia tenía que bajarse en cada estación de tren y dejar subir a los viajeros que iban al mercado. Pero a medio camino la rubia marcó el número de su novio y le dio unas sonoras calabazas al reírse del conductor en euskera-batúa. Ellos lo supieron porque las mujeres que iban sentadas detrás suyo, las que no dejaron de hablarlo, eso, sin embargo, lo comentaron en español y él a Nelson, cuando le preguntó, en inglés, lengua que debía de hablar el conductor porque todos percibieron como se ponía muy rojo. Las carcajadas de las mujeres que iban detrás suyo eran tan contagiosas que Nelson y él, al unísono con ellas, ya habían sellado, entre ellos, una entrañable amistad.



 

Helga, Nelson, Manoj y él habían decidido que aunque sólo eran cuatro, por si acaso, iban a esperar por el doble de compañeros, por si ellos llegaban por otro medio, más tarde. La idea -si hemos de ser sinceros- había surgido de Manoj, que era clarividente.

Manoj vestía una kurta dorada y unos churidars negros pero iba descalzo por la calle, como Mme. Sinanian, y decía que eso tenía una razón de ser, que era la forma correcta de absorber la energía telúrica.

Se habían llegado hasta una tienda y habían comprado todo lo necesario, disponiéndose a cocinarlo, mientras Helga y Nelson se entregaban, con sus agudos intelectos, a una partida de ajedrez.

Helga se apellidaba Kähler y era hija de un matemático, profesora de historia en Ulm, la ciudad de la catedral más alta del mundo. Nelson, Masekela, profesor de filosofía en un colegio de Johannesburgo, su ciudad natal, la ciudad más poblada de Sudáfrica. Y Manoj, Satyarti, sacerdote vaishnava de la orden de Madhwa Charia, su fundador, en la ciudad de Visakhapatnam, en el estado de Andhra Pradesh que, para detener el breve desencuentro que se había generado entre Helga y Nelson, comenzó a hablarles del templo de Tirupati, sobre la colina de Tirumala, la séptima cumbre, que representa las cabezas de Adisesha, y el templo de Sri Venkateswara, que se dedica a la devoción a Maha Vishnu, que es el avatar al que los puranas asocian al lugar.



 

Justo antes de disponerse a compartir la cena será cuando se presenten los tres españoles. Estos se habían conocido en la estación de Pamplona, habían tomado el mismo autobús a Roncesvalles y, desde ahí, un taxi hasta Saint-Jean-Pied-de-Port. Susana, dulce y del sur, de Sevilla y maestra de Reiki, Iñigo, abierto, de Ciudad Real e informático, y Bea, extremeña de Badajoz, muy alegre y psicóloga.



 

De entre los españoles sólo el informático chapurreaba algo de inglés. Las jóvenes ni una sola palabra. Aunque él actuaba como interprete de unos y otros con gusto, contento de ser de alguna utilidad a los demás. No olvidaba lo sucedido en la anterior cena en Saint-Jean-Pied-de-Port pero en ese momento consideraba improbable que lo mismo o parecido pudiera volver a repetirse.

 

Todos cenaron con cerveza, incluso Manoj, que no cesaba de hablarles con orgullo de sus tradiciones. Pero, entonces, a la hora del gâteau basque y el brindis con izarra, que es un licor alquímico, seductor y melífero, la maestra de Reiki le pidió que les explicara qué era la kundalini, los nadis y los chakras, y si era correcto que los occidentales los comparásemos con vórtices, flujos turbulentos en rotación, que podían activarse, desactivarse, abrirse, cerrarse, limpiarse, armonizarse y equilibrarse. Y lo que Manoj les dijo fue que no podía separarse la práctica del Kundalini-yoga de estos conceptos pero que no se debía confundir la forma sutil del ser con lo corporal, que es de lo que trata la tradición, de un cuerpo que como tal no representa sino el desarrollo en el tiempo y en el espacio de algunas posibilidades de esa forma sutil, que es como el embrión, el principio, o el génesis de esa corporalidad.

 

Así que, qué es Kundalini, es el símbolo de un renacer, de un creciente poder espiritual, en el que el poder adormecido de la Sakti, el principio creativo, despierta produciendo el mismo sonido silbante de una serpiente que fuera azuzada con un palo, una vibración que nos estremecerá, y camino en el que el yogui adquiere diversos siddhis o poderes psíquicos.

¿Y qué son los chakras? Son las estaciones de ese camino, donde se desencadenan, por analogía, diferentes niveles de conciencia espiritual. Y los nadis los canales que parten del kanda, que se halla sobre los órganos genitales, por debajo del ombligo, y que adopta la forma de un huevo de pájaro.

Estos nadis son 72.000 pero conocer sólo suelen reconocerse 72, de entre los cuales los principales son diez pero sólo tres los más fundamentales: sushumna, el canal de la evolución, que recorre la médula espinal, ida, la naturaleza tamásica, la corriente nerviosa que situada a la izquierda, si la pensamos como fosa nasal izquierda, es fría como la luna, generadora de la emanación de la compasión y del néctar, y pingala, la naturaleza rajásica, solar, caliente, semejante al veneno y racional. Enroscándose ida y pingala, los conductores del prana, el aliento vital, como una espiral en torno a sushumna, el fuego, agni.

Y cuando sushumna opera, porque se ha desarrollado y expandido, el ser muere para el mundo y conoce el samadhi, y por eso se dice que sushumna es el disipador del tiempo.